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¿Para quién lo estoy haciendo?

Mi computadora me mira como decido cuáles clases escojo para el próximo semestre, anticipando no lo que quiero tomar pero lo que se vería bien. Lo que vería bien a mi mamá, a los colegios, a mis amigos. Empujo lo que me gusta para completar la tarea que solo subirá mi calificación en un punto. El 80 no es suficiente, no es suficiente para mi y lo más importante no para mi mama. 

Recuerdo estar sentada en el carro después de cada conferencia de padres en la secundaria. Conteniendo las lágrimas mientras sonaba una canción ahogando las quejas de mi mamá sobre cómo fue la conferencia. Siempre he odiado las conferencias de padre y maestro. La mayoría del tiempo tenía buenas calificaciones: nada asombroso, pero nada malo. Era buena estudiante también. Participe en clase y en actividades extracurriculares. Pero constantemente tenía miedo de que mi mamá tomara algo que un maestro dijera de manera incorrecta y me castigara por eso. Incluso cuando la conferencia iba bien, ella buscaba las cosas más pequeñas y las convertía en un problema. Con el paso del tiempo me di cuenta de que de que ella hizo esto porque hasta los más pequeños errores pueden arruinar oportunidades, incluso si esos errores no son tuyos.

Mi mamá nació y creció en el estado de Michoacán, con catorce hermanos siempre tenía que ayudar en su casa. La primaria que atendió tenía dos cuartos y tres maestros. Una clase incluía los maestros del kínder y de primero a tercer grado y el otro los de cuatro al sexto grado.

Cada mañana, en lugar de despertarse y prepararse por la escuela, mi mama tendio cuidaba las vacas y cabras de su familia. Después, se arreglaba rápidamente pero de todos modos llegaba tarde a la escuela. Después del despido, una vez más, se fue directamente al trabajo. El trabajo siempre era lo primero, no porque ella quisiera, sino porque tenía que ser así.  

Los padres y abuelos de mi mamá querían que ella y todos sus hermanos terminaran la primaria para que al menos supieran leer y escribir. Como cada padre, ellos quieren darles a sus hijos las oportunidades que nunca tuvieron. Sabiendo que pagar por escuela después de la primaria no sería posible, mi mamá nunca se molestó con sus padres por negarle la oportunidad de ir a la escuela secundaria. 

 “Desde que tenía cinco años estaba trabajando. Luego empeze a ir a la escuela, saliendo de la escuela en lugar de llegar a la casa y hacer mi tarea o comer, nos quedamos trabajando hasta las seis o siete de la noche,” me dijo mi mamá. 

Debido a la manera en que fue criada mi madre, siempre animo a mis hermanas ya mi a echarle ganas a la escuela, diciéndonos que ella nunca tuvo las oportunidades que nosotros tenemos. Ella siempre quiere que aprovechemos cualquier cosa que nos ayude avanzar, no queriendo que trabajemos constantemente para llegar a fin de mes, sino que sigamos nuestro propio camino y hagamos lo que queremos hacer.

La obsesión con mis calificaciones segio a medida que crecie. Al sentirme presionado para mejorar en la escuela, comencé a depender de mis calificaciones y las clases que tomaba para que mi madre y los demás se fijaran en mí. Con la presión constante de querer que mi vida escolar se vea bien para mi mamá, comencé a criticarme por mis calificaciones y a compararme con mis amigos y compañeros, obligándome a hacerlo mejor cada día para escuchar a mi mamá decir que estaba orgullosa de mí.

Su crítica de mis calificaciones y la inspiración para mejorar me hacen saber que a ella le importa, que sabe que esto es bueno para mí. Sé que está orgullosa de mí. Ella simplemente no lo dice, y a veces duele. Puede parecer que mi trabajo es en vano, pero al final del día, sé que mi trabajo no se desperdicia. Un día podré darle una vida en la que ya no tenga que poner el trabajo primero porque siempre me impulsó a dar lo mejor de mí.

Luz Bazarte

Graduate Luz Bazarte De La Luz was a former staff writer for Cedar BluePrints.

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